Comentario
De cómo los indios vinieron a ver las naos, cómo se halló otro mejor puerto, la "guazabra" que los indios dieron y lo que hubo hasta que se pobló
Surtos en donde se ha dicho, vinieron a ver las naos y gentes muchos indios; los más de ellos traían unas flores coloradas en las cabezas y ventanas de las narices, y a persuasión de los nuestros entraron algunos dentro de la nao, dejando las armas en sus canoas. Entre los demás entró un hombre de buen cuerpo y color loro, algo flaco y cano; parecía su edad de sesenta años, y su rostro y voluntad de hombre bueno; traía en la cabeza unos plumajes azules, amarillos y colorados, y en las manos arco y flechas con puntas de hueso labradas, y a sus dos lados dos indios de más autoridad que los demás: éste entendimos ser personaje, tanto por señalarse más que los otros, cuanto por el respeto que todos le tenían. Entró luego preguntando por señas quién era nuestra cabeza: el adelantado le recibió con grande amor, y tomándole la mano, le dio a entender quién era. Él le dijo que se llamaba MALOPE, y el adelantado a él, Mendaña: entendióle Malope y le dijo, aplicando a sí el nombre, que se llamaba Mendaña y a el adelantado que se llamase Malope; y como se acabó de satisfacer de este trocado, mostró estimarlo mucho, y cuando le llamaban Malope decía que no, sino Mendaña, y por señas con el dedo mostraba a el adelantado, diciendo que aquél era Malope.
También decía se llamaba Jauriqui, y este nombre pareció ser de cacique o capitán. El adelantado le vistió una camisa y dio otras cosas ligeras de poco valor; a los otros indios dieron los soldados plumas, cascabeles, cuentas de vidrio, pedacitos de tafetán y algodón, y hasta naipes, y todo lo colgaron al cuello: enseñáronles a decir amigos, cruzando los dos dedos índices y abrazándose asimismo en señal de paz, lo que aprendieron y usaron mucho: mostráronles espejos, y con navajas les limpiaban la cabeza y barbas, y con tijeras cortaban las uñas y pies y manos, y de todo se holgaron mucho y espantaban; mas pedían con instancia las navajas y tijeras. También procuraban saber lo que estaba debajo de los vestidos, y desengañados, hacían las mismas monerías que hicieron los de las primeras islas.
Esto duró cuatro días; iban y venían, traían y daban lo que tenían de comer. Un día vino Malope, que era el que más frecuentaba y más amigo se mostraba, junto a cuyo pueblo los navíos estaban surtos; juntáronse con él cincuenta canoas en que traían sus armas escondidas, todos esperando a su Malope, que estaba dentro de la nao capitana, de donde, porque un soldado tomó un arcabuz en las manos, se fue huyendo a sus embarcaciones sin que le pudiesen detener, y luego a tierra todos tras de él: en la playa había otro golpe de gente, de quienes con gran alegría fue recibido, y todos juntos hicieron grandes consultas. Los soldados se mostraron apesarados de ver tanta paz, y más quisieran que dieran ocasiones de romper y darles guerra.
Aquella misma tarde, los indios sacaron todo lo que en unas casas más cercanas había y lo retrajeron al pueblo de Malope, y la noche siguiente hubo de la otra parte de la bahía grandes fuegos, que duraron la mayor parte de ella; pareció ser señal de guerra, y se confirmó por la sospecha que aquel día habían dado las canoas andando de unos a otros pueblos a mucha priesa, como que aprestaban, o avisaban de algo.
La mañana siguiente salieron de la galeota en el batel a buscar agua, en un riachuelo que muy cercano estaba, y andándola cargando, estaban pocos indios emboscados y dando gritos, flecharon a tres de los nuestros y los vinieron siguiendo hasta la barca, de donde porque los arcabuceros se detuvieron. Los heridos fueron curados y el adelantado madó al punto al maese de campo saliese a tierra con treinta soldados y a fuego y sangre procurase hacerles todo el daño que pudiese; mas los indios hicieron rostro, de que murieron cinco y los demás huyeron: retiróse nuestra gente a su salvo, y embarcada se vino para las naos, dejando cortadas palmas y quemadas ciertas canoas y casas, y trajeron a tres puercos que mataron.
Este mismo día envió el adelantado al capitán don Lorenzo, con veinte soldados y marineros en la fragata a buscar la almiranta; llevando por instrucción, que por la parte que estaba por ver la isla la bojease y se fuese a poner en el paraje donde había anochecido la noche que se vio la tierra, y que estando allí fuese del Oeste al Noroeste, que era el rumbo que la almiranta podía llevar, fuera del que la capitana había seguido, y que viesen lo que por aquel camino hallaban.
Ordenó también al maese de campo, se aprestase con cuarenta soldados a ir aquella madrugada, como fue, a unos ranchos que cerca en un cerro estaban, para hacer castigo en los indios, por los nuestros que flecharon, y por ver si con el daño hecho a éstos podían excusar otros mayores. Llegó sin ser sentido de los indios, cogióles los pasos, cercóles las casas y les pegó fuego y embistió a siete indios que dentro estaban, los cuales, viéndoles apretados de fuego y gente, procuraron defenderle como hombres de valor, y no bastando, embistieron con los nuestros y se metieron por sus armas sin estimar las vidas: las dejaron los seis, y el que escapó corriendo fue mal herido. El maese de campo se recogió a las naos y trajo flechados siete soldados, y cinco puercos muertos.
Venida la tarde, vino Malope a la playa porque los pueblos y canoas que se quemaron eran suyas, y en voz alta llamó al adelantado por nombre de Malope, diciendo: --Malope, Malope; y dándose en los pechos por sí mismo decía: Mendaña, Mendaña. Abrazóse, y deste modo se quejaba, mostrando con el dedo el daño que le habían hecho; y por señas decía que su gente no había flechado a la nuestra, sino los indios de la otra parte de la bahía, y enarcando el arco daba a entender, que todos fuésemos contra ellos, y que él ayudaría en la venganza. Llamólo el adelantado, con deseo de que viniese para darle satisfacción; pero no vino y se fue, volviendo otro día en que hubo de parte a parte mucha amistad.
El día de San Mateo apóstol y evangelista, se dieron las velas de este puerto para otro mejor y más acomodado, que se halló a media legua, dentro de la misma bahía. Yendo navegando hacia él, vino el capitán don Lorenzo y trajo por nuevas, que bojeando la isla en cumplimiento de la instrucción que llevó, vio en ella, Norte Sur con la bahía donde estábamos surtos, otra que no parecía menos buena y que mostró más gente y embarcaciones; y que más adelante vieron junto a la isla grande, otras dos medianas muy pobladas; y que en la parte del Sudeste ocho leguas, vieron otra isla que pareció tenerlas de boj; y que nueve o diez leguas, como a Lesnoroeste de donde nos anocheció cuando se vio la tierra, topó con tres islas, la una de siete leguas de cuerpo y las otras dos muy pequeñas, todas tres pobladas de gente mulata, color clara, y llena de muchas palmas, con una gran cantidad de arrecifes que corrían al Oesnoroeste, con sus restingas y canales a que no vieron fin; y que de la nao buscada no hallaron rastro alguno.
Surgióse en el ya dicho segundo puerto, y toda la noche los indios de aquella parte la pasaron en dar gritos, como que toreaban o hacían burla, y muy claro decían amigos, y luego a voces; y en esto y en hacer fuegos se pasó. Venida la mañana, vinieron de tropel a la playa más cercana cantidad de quinientos indios, todos con sus armas en las manos, con las cuales y con furia de enemigos amenazaban y tiraban a los navíos muchas flechas, dardos y piedras; y viendo que no alcanzaban con ellas, muchos se metían en el agua hasta los pechos, otros a nado, en suma, todos en voluntad, diligencias y alaridos estaban parejos. Acercáronse tanto, que aferrados a las boyas de las naos se iban con ellas a tierra; hasta que visto por el adelantado su atrevimiento, mandó al capitán don Lorenzo, su cuñado, que con quince soldados en la barca saliese a escaramuzar con ellos: los rodeleros amparaban a los arcabuceros y bogadores, y con todo flecharon a dos, y fueran más si no fuera por las rodelas de que pasaron algunas de parte a parte. Los indios peleaban muy esparcidos y de salto, y se mostraban tan briosos, que se entendió habíamos encontrado gente que sabría bien defender su casa; pero esto duró en cuanto les pareció que nuestras armas no hacían el mal que hicieron y vieron; que como se desengañaron con la muerte de dos o tres, y de algunos heridos, desampararon la playa, y dejado el brío, tomando la del camino de su casa, llevaron los muertos y heridos, a quienes metieron arrastrando con la priesa que los nuestros les dieron en el monte; los heridos los llevaron en los brazos, y a otros ayudaban a andar, dejando por donde iban el rastro de su propia sangre.
El capitán don Lorenzo, aunque no llevaba orden de desembarco, con la gente siguió los indios, y el maese de campo, que desde la nao estaba mirando el suceso, le dijo a voces, que ponía la gente a riesgo, que a ser otro que era, lo castigara por haber tomado la licencia que no se le había dado. Sintióse mucho de esto doña Isabel, y es que debió entender, que por ser hermano suyo no había en la disciplina militar para él cosa limitada. Embarcóse el maese de campo con treinta soldados, con quienes desembarcados todos fueron en seguimiento de los indios, que por no esperar no hubo cosa que contar. Túvose por cosa cierta, que había dicho el maese de campo al capitán don Lorenzo que si no había de obedecer, ni era para ser capitán, que arrimase la jineta, que no faltaría a quién darla que supiese lo que había de hacer; y que sabido esto por doña Isabel, había dicho palabras de que se sintió mucho el maese de campo, el cual no se volvió a embarcar, sino aquella noche se fue a dormir a uno de los pueblos de los indios que estaba cerca, y solo; que todos aquella noche guardaron bien el silencio.